domingo, 14 de octubre de 2018

Malos profesionales

Permítanme contarles una historia real. Se trata de Iacob —nombre ficticio—. Es un chico rumano que, como tantos y tantos otros, ha venido a España en autobús, con la falsa promesa de un trabajo y una vida mejor. Tras horas y horas de viaje, atravesando media Europa, llegó a Madrid. Allí deambuló sin rumbo fijo junto a un compatriota, pues no tenía dónde ir. Bebieron, quizá más de la cuenta, hasta que un día después, alguien lo encontró en un pinar cerca de Toledo, inconsciente y semidesnudo. Inmediatamente llamaron a los servicios de emergencia y lo trasladaron a un Hospital. Él mismo no sabe exactamente qué pasó, ni porqué apareció allí. Y aquí comienza nuestra historia.
Pasados unos días, el médico responsable de Iacob pretendía darle el alta, aún sabiendo que no tenía ropa. Aseguraba que ese no era su problema, puesto que su situación sanitaria estaba resuelta. En un alarde de generosidad, aseguró que en caso de necesitar algo, se le  podrían dar unas calzas de quirófano y un pijama del centro hospitalario. Me cuesta creer que si el enfermo fuera su padre o su hermano actuara así. Lo cual demuestra que es un malnacido. Afortunadamente, la trabajadora social —excelente profesional— se enteró casualmente del caso y me hizo una llamada de teléfono preguntándome si en el centro de personas sin hogar donde trabajo, tenemos zapatillas y algo de ropa. La propia trabajadora social vino a nuestro centro, fuera de su horario laboral, y se pudo proveer de ropa y calzado para que Iacob pudiera salir del hospital con dignidad. ¿Dignidad? ¡Oh, Dios mío! ¿Acaso he inventado una palabra nueva?

Hay buenos profesionales, malos profesionales y gentuza. Este médico se incluye en este último grupo. ¿Cómo se puede ser tan despreciable? Evidentemente, el trabajo del médico es sanar a los pacientes, pero es de sentido común velar también por su dignidad. Es imposible ser un buen profesional si eres mala persona. Y este médico lo es. Antepuso sus intereses a los del paciente. Aunque ya esté recuperado, nadie en sano juicio, puede dar el alta a un paciente desnudo en la calle. ¿Se imaginan a un maestro no informando de que un alumno es abusado sexualmente, porque aprueba su asignatura? No, ¿verdad? Y lo peor es que no tendrá ninguna repercusión mediática, ni mucho menos, recibirá una reprimenda de su superior. Y esto es lo dramático. Su único empeño es cumplir escrupulosamente lo que exige la ley sin preocuparse del bienestar social —tan importante como el sanitario—. Hemos sustituido la misericordia por la ley. Vamos por muy mal camino.

Piensen.
Sean buenos.

Nuevamente, doña @BeatrizBagatela es quien musica este artículo con Bajo el volcán. Una canción llena de autocrítica hacia el daño que, a veces, hacemos a los demás, sin entender, que en realidad, nos lo hacemos a nosotros mismos. Con todos ustedes: ¡Love of Lesbian!

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