domingo, 4 de diciembre de 2016

Prejuicios

Esta semana, coincidiendo con la campaña Nadie sin Hogar organizada por Cáritas, fui a un colegio a hablar a alumnos de 5º, 6º de Educación Primaria y de 1º de ESO, sobre Personas sin Hogar. Estuve acompañado por dos personas que ya han pasado por el albergue donde trabajo y que también dieron su experiencia. Nuestra intención era explicar a los más pequeños que hay gente sin hogar. Aunque cueste creerlo, con esta manía tan actual de ocultar el sufrimiento, los niños —y niñas me recordarán los posmodernos trasnochados— no son conscientes de que hay más de 40 000 personas sin hogar en España. Aparte del millón y medio que vive —o malvive— en infraviviendas. Unas cifras aterradoras. Como reza la campaña de este año, el objetivo es hacer visible a la sociedad las personas sin hogar.


Una de las cosas que más nos sorprendió, fueron las preguntas y los comentarios de los niños. Sobre todo por su dureza. Aseguraban que había personas normales que se disfrazaban con harapos para así engañar a la gente y mendigar. Todavía no sabemos quiénes son esas personas normales. Tampoco comprendían cómo los pobres, que no trabajan, y por tanto, no cotizan, pueden ir al médico. Ignoran qué es la asistencia sanitaria universal. La palabra solidaridad para esta generación está hueca. Otra de las cuestiones que más nos llamó la atención fue que nos preguntaran porqué los niños pobres iban al colegio, si no tienen dinero para comer. Cuando les expliqué aquello del derecho a la educación, contestaron muy airados que en ese caso, fueran a un colegio público. Asombroso. Los niños de hoy, el futuro de nuestro país, creen que las personas sin hogar son unos mentirosos y unos sinvergüenzas. Por eso tienen lo que se merecen. Incluso planteaban aislarlos en guetos.

No me creo que estos niños hayan llegado a esas conclusiones por sí mismos. Es evidente que alguien les han inculcado estas ideas descabelladas. Los niños son reflejo de sus padres. Es sencillamente vergonzoso. Indignante. Produce asco y náusea. Somos unos seres despreciables. Nosotros, los padres, estamos creando monstruos egoístas. Sobreprotegemos a los niños innecesariamente llenando sus cabecitas de prejuicios. El cinismo es brutal. Luego lavamos nuestras conciencias donando un kilo de macarrones en la campaña de Navidad —y si es posible de marca blanca, que es más barata—.  Como son pobres no merecen nada más. Quienes actúan así serán los mismos que dan un euro al pobre en la puerta del supermercado. Lamento informarles de que la limosna debe doler. No es dar lo que sobra, sino lo que necesitas. Por supuesto, mientras, seguimos comprando todos los caprichos que se nos antojan. Lo que piden las personas sin hogar es dignidad. Derechos. ¡Sus derechos! De nada valen las campañas, ni las buenas intenciones si seguimos trasmitiendo a nuestros hijos que las personas sin hogar son chusma. Y no es cuestión de decirlo por ser políticamente correcto. Es la realidad. Y una advertencia. Dios no lo quiera, pero no se crean que ninguno de ustedes está libre de quedarse sin hogar mañana.

Piensen.
Sean buenos.

Hablando de pequeños, se me ha ocurrido incluir como canción regalo De mayor. Porque de pequeño me enseñaron a querer ser mayor y de mayor quiero aprender a ser pequeño. Con todos ustedes: ¡Bunbury!




3 comentarios:

  1. Muy buen artículo, Diegvs. Tremendo lo que reflejas. Esos padres deberían reflexionar. Y esos niños serán los padres del mañana. Esos mismos que querrán que derechos tan elementales y básicos como la educación o la sanidad se conviertan en derechos exclusivos para unos pocos. Totalmente repugnante e impropio de una sociedad desarrollada.

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  2. En qué colegio estuvo usted?. Deberían tomar nota los docentes del citado colegio y tratar este tema en las tutorías. Creo que es un tema suficientemente importante como para abordar en una o varias tutorías

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  3. Que triste, por DIOS ¡ DE ACUERDO CON EL COMENTARIO ANTERIOR.Y me imagino querido Diego que tu te despacharias agusto .....

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