La vicepresidente primera y ministra de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Carmen Calvo, recibió el jueves el alta hospitalaria tras haber permanecido ingresada desde el pasado domingo. Había dado negativo en varias pruebas, pero finalmente, el miércoles se confirmó que padecía Coronavirus. Todos nos alegramos de que ya esté en casa. Solo los carroñeros se puede entristecer ante buenas noticias. Solo esperamos que este negativo no haya sido con una de las pruebas rápidas que ha comprado el Ministerio de Sanidad a China y que no están homologados. De hecho, tienen una sensibilidad del 30%, cuando deben tenerla del 80%. Una nueva chapuza de este gobierno. Por supuesto, nadie será responsable. Pero esa es otra historia. Sigamos con la nuestra.
Lo que ha llamado la atención sobremanera, y ha provocado cientos de críticas, es que la señora Calvo haya sido ingresada en la clínica privada Ruber Juan Bravo de Madrid y no en un centro público. Hay que recordar que la señora Calvo es funcionaria de carrera y, por tanto, está asociada a Muface —Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado—. Debido a esta condición pudo elegir en su momento entre la sanidad pública o un sistema privado. Ella eligió libremente esta clínica. Como cualesquiera de nosotros, la señora Calvo ha optado por la opción que más se ajusta a sus deseos y necesidades. Todos podemos elegir dónde recibir asistencia sanitaria si nos lo podemos permitir económicamente. Estamos en un país libre. Lo que ha resultado curioso ha sido la cabriola de los medios afines justificando la decisión de doña Carmen.
No hay que confundir derecho con congruencia. Por supuesto que tiene derecho a elegir clínica. Pero no se puede llevar por bandera la defensa de la sanidad pública para, en cuanto cae enferma, acudir rauda a una clínica privada. En el fondo, quien actúa así afirma que todos nosotros somos unos parias. Fingen la defensa de lo público para conseguir más votos, pero en realidad su discurso es el opuesto. Todos estamos de acuerdo en defender la sanidad pública, y para eso, como miembro del Gobierno—y miembra insistirán los posmodernos trasnochados— su trabajo es que la sanidad pública sea excelente. Si así fuera, nadie en su sano juicio gastaría un céntimo en acudir a una clínica privada. El resto, es palabrería y cinismo.
Piensen.
Sean buenos.
Me parecía buena idea incluir la magnífica canción It's the end of the world, as we know it (and I feel fine). Creo que es buen momento para recordar que es el fin del mundo como lo conocemos. Suban el volumen y disfruten de un temazo de los de antes. Se la dedicaremos a nuestro amigo Óscar por su cumple. Con todos ustedes: ¡R.E.M.!
https://www.youtube.com/watch?v=OA_CndlBu0g
Lo que ha llamado la atención sobremanera, y ha provocado cientos de críticas, es que la señora Calvo haya sido ingresada en la clínica privada Ruber Juan Bravo de Madrid y no en un centro público. Hay que recordar que la señora Calvo es funcionaria de carrera y, por tanto, está asociada a Muface —Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado—. Debido a esta condición pudo elegir en su momento entre la sanidad pública o un sistema privado. Ella eligió libremente esta clínica. Como cualesquiera de nosotros, la señora Calvo ha optado por la opción que más se ajusta a sus deseos y necesidades. Todos podemos elegir dónde recibir asistencia sanitaria si nos lo podemos permitir económicamente. Estamos en un país libre. Lo que ha resultado curioso ha sido la cabriola de los medios afines justificando la decisión de doña Carmen.
No hay que confundir derecho con congruencia. Por supuesto que tiene derecho a elegir clínica. Pero no se puede llevar por bandera la defensa de la sanidad pública para, en cuanto cae enferma, acudir rauda a una clínica privada. En el fondo, quien actúa así afirma que todos nosotros somos unos parias. Fingen la defensa de lo público para conseguir más votos, pero en realidad su discurso es el opuesto. Todos estamos de acuerdo en defender la sanidad pública, y para eso, como miembro del Gobierno—y miembra insistirán los posmodernos trasnochados— su trabajo es que la sanidad pública sea excelente. Si así fuera, nadie en su sano juicio gastaría un céntimo en acudir a una clínica privada. El resto, es palabrería y cinismo.
Piensen.
Sean buenos.
Me parecía buena idea incluir la magnífica canción It's the end of the world, as we know it (and I feel fine). Creo que es buen momento para recordar que es el fin del mundo como lo conocemos. Suban el volumen y disfruten de un temazo de los de antes. Se la dedicaremos a nuestro amigo Óscar por su cumple. Con todos ustedes: ¡R.E.M.!
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