El otro día tuve la fortuna de poder recoger a mis hijos del cole. Como es habitual, siempre voy escuchando la radio mientras conduzco. Para colmo de mi felicidad sonó U2 por los altavoces del coche. Como es lógico subí el volumen para disfrutar de mi grupo favorito. Y aquí llegó la sorpresa. Mis hijos me dijeron que esa música era muy mala. Sorprendido ante tamaña afrenta les pregunté en qué se basaban para afirmar semejante despropósito. Su explicación fue contundente. En YouTube tienen menos Megusta que algunas canciones que les gustan a ellos. Es decir, para ellos, la calidad de una canción se mide por la aceptación en las redes sociales. Inmediatamente los corregí de su enorme error. Les expliqué que mi generación no escucha canciones en YouTube, o no lo indica con los megusta.
Y ese es el problema. Esta generación valora la calidad en función del éxito en las redes sociales. El ejemplo más evidente son la cantidad de programas de televisión en busca de estrellas. Como era de esperar, no aparecen, porque no tienen talento, pero tienen miles, o millones de seguidores, que en el fondo es lo que buscan. Todo está basado en productos precocinados. Uno de los problemas más importantes es que nuestros hijos busquen de manera errónea la aceptación de su grupo de iguales en internet. Cuantos más megusta, más guay eres. ¿Se imaginan hasta donde pueden llegar unos niños de 12 o 13 años —cuya madurez todavía no es la más idónea— por intentar alcanzar esa utopía? Luego nos sorprende la cantidad de niños víctimas de chantajes sexuales. En el fondo es una forma de buscar esa aceptación.
No nos damos cuenta, pero nuestros hijos están siendo adoctrinados por personajes de medio pelo, a los que llaman influencers. La mejor traducción que he encontrado de este palabreja es cantamañanas. A través de canales de YouTube les indican lo que les tiene que gustar y lo que no. Se han convertido en los modelos a seguir de nuestros hijos. Y los imitan a su forma. Suben a la red —a pesar de no tener edad legal para hacerlo—todos sus éxitos o hazañas en las redes. Y su única finalidad es obtener más megusta que sus compañeros. De esta forma alcanzan el nirvana. Esto solo es la punta del iceberg. Todo esto, bajo la absoluta ignorancia de los padres. Permítame una pregunta. ¿Sabe usted qué hace su hijo cuando navega por la red? No es cuestión de fiscalizar a sus hijos, pero sí de preocuparse por ellos y ver dónde están. Yo recuerdo que mi madre me preguntaba todos los días que dónde había estado la noche anterior, con quién y qué había hecho... Han cambiado los tiempos. ¿Nos hemos adaptado?
Piensen.
Sean buenos.
Como hace pocas fechas ya incluí una canción de Don Leonard Cohen, no quería repetirme, así que he optado por incluir El club de los imposibles, porque cuando dice que aspiremos fuerte el napalm, que huele a victoria en Apocalypse Now, solo puedo pensar en el terror que me da la victoria de Trump. También es mi homenaje al recientemente fallecido Perico Fernández, campeón del mundo de boxeo. Con todos ustedes: ¡Bunbury!
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