Según UNICEF, en el mundo hay 158 millones de niños de edades comprendidas entre los 5 y los 14 años trabajando. Este dato se amplía significativamente si incluimos a los menores explotados laboralmente, que superan con creces los 350 millones. Un dato espeluznante, sin duda. Hay que distinguir entre la explotación infantil, que es aquella en la que se impide el desarrollo personal de los menores, sea obligada o peligroso para sus vidas, y por supuesto el tráfico de drogas y las relacionadas con el desarrollo sexual de los niños; y el trabajo infantil que es aquel que se desarrolla para apoyar la economía familiar. Está excluido de la explotación infantil el trabajo que se desarrolla por niños en sus casas, en granjas o en negocios familiares.
No conozco a nadie, en su sano juicio que esté a favor de la explotación infantil, pero se me antoja imprescindible diferenciar entre explotación infantil, una lacra infame, contra la que hay que luchar con todos los medios a nuestro alcance; y trabajo infantil, desgraciadamente necesario para muchas familias pues es su única fuente de ingresos. En España, hasta hace bien poco, nuestros padres o abuelos, han trabajado duramente durante su niñez y adolescencia. Era lo lógico en la España de la posguerra. Quien no trabajó de aprendiz en algún oficio, ayudó en la tienda de sus padres, u ordeñó incluso las pocas vacas que había en el establo para poder ayudar a la maltrecha economía familiar. Está claro que sin ayuda de estos menores, muchas familias no habrían subsistido debido a la carestía de entonces. Conozco casos muy cercanos en los que un niño de 14 años tuvo que dejar de estudiar y trabajar en la huerta de su padre fallecido para hacerse cargo de sus cinco hermanos.
Es posible que en algunos países, sea necesario, e incluso imprescindible, que los menores ayuden a la economía familiar, simplemente para subsistir. Sin ese aporte económico, por muy exiguo que sea, seguramente la unidad familiar estaría abocada a la ruina, y por tanto a la desnutrición ¿Que esto es injusto, inmoral y debería impedirse? Seguro que sí, pero dejémonos de fariseismos. Usted y yo vivimos en un mundo sustentado sobre esta realidad. Seguramente, algún artículo suyo haya sido fabricado por niños, o con la colaboración de éstos. Hablo de algún balón de fútbol, algunas zapatillas, algún producto alimentario. Estoy convencido que algún menor ha trabajado para que la rueda del consumismo siga girando. No querer verlo o rasgarse las vestiduras solo sirve para aclarar conciencias, no para cambiar la realidad de esos millones de niños.
No conozco a nadie, en su sano juicio que esté a favor de la explotación infantil, pero se me antoja imprescindible diferenciar entre explotación infantil, una lacra infame, contra la que hay que luchar con todos los medios a nuestro alcance; y trabajo infantil, desgraciadamente necesario para muchas familias pues es su única fuente de ingresos. En España, hasta hace bien poco, nuestros padres o abuelos, han trabajado duramente durante su niñez y adolescencia. Era lo lógico en la España de la posguerra. Quien no trabajó de aprendiz en algún oficio, ayudó en la tienda de sus padres, u ordeñó incluso las pocas vacas que había en el establo para poder ayudar a la maltrecha economía familiar. Está claro que sin ayuda de estos menores, muchas familias no habrían subsistido debido a la carestía de entonces. Conozco casos muy cercanos en los que un niño de 14 años tuvo que dejar de estudiar y trabajar en la huerta de su padre fallecido para hacerse cargo de sus cinco hermanos.
Es posible que en algunos países, sea necesario, e incluso imprescindible, que los menores ayuden a la economía familiar, simplemente para subsistir. Sin ese aporte económico, por muy exiguo que sea, seguramente la unidad familiar estaría abocada a la ruina, y por tanto a la desnutrición ¿Que esto es injusto, inmoral y debería impedirse? Seguro que sí, pero dejémonos de fariseismos. Usted y yo vivimos en un mundo sustentado sobre esta realidad. Seguramente, algún artículo suyo haya sido fabricado por niños, o con la colaboración de éstos. Hablo de algún balón de fútbol, algunas zapatillas, algún producto alimentario. Estoy convencido que algún menor ha trabajado para que la rueda del consumismo siga girando. No querer verlo o rasgarse las vestiduras solo sirve para aclarar conciencias, no para cambiar la realidad de esos millones de niños.
Piensen.
Sean buenos.
Casualmente ayer se hablaba de este tema en un espisodio (reposición) de Cuentame, emitido en Clan TV.
ResponderEliminarEntonces habrá que poner la diana en esas empresas que montan sus fábricas en países subdesarrollados y pagan a niños sueldos de miseria condenándolos al analfabetismo en lugar de contratar a sus padres por un sueldo justo contribuyendo al desarrollo de esos países. Para colmo podría hacerse sin subir el precio de esos balones.
ResponderEliminarPues yo, gracias a Dios, no he conocido la explotación infantil, pero lo que sí voy a conocer es la explotación abuelil :(
ResponderEliminar(gracias señores dirigentes)