La semana pasada, mi hijo de 14 años participó en un torneo de fútbol sala en Lugo. La actividad suponía tres días. El responsable del equipo creo un grupo de WhatsApp para informar a los padres que nos quedábamos en casa de los traslados y los resultados de los partidos. El primer día, observé atónito, que la cantidad de mensajes en el grupo eran muy numerosa. Escandalosa. Y, como es lógico, sin ningún interés. Les pondré un ejemplo. Si el responsable del grupo decía que el autobús hacía una parada para comer, 50 de los 74 padres que estábamos en el grupo contestaban un OK, Gracias, Muchas gracias, Estupendo... Así, ad nauseam. El último día decidí no abrir la aplicación y contar los mensajes recibidos. Por la noche, mi teléfono marcaba ¡1374 mensajes! Una locura.
Estoy seguro de que esta situación, o semejantes, les resulta familiar. Todos estamos en infinitos grupos de WhatsApp: Los de la familia —aquí suele haber varios—, los amigos, los del equipo de fútbol, el trabajo... Al final del día, descubre aterrado que le han llegado cientos de notificaciones. La propia compañía ha informado de que durante el pasado fin de año se enviaron 75 000 millones de mensajes en un día. Y la mayoría de ellos no se habrán leído. Lo triste es que entre esa maraña de mensajes, siempre puede haber alguno importante y lo hemos perdido. Reconozco mi temor, y cada vez más, aversión a los grupos de WhatsApp. Los carga el diablo. Hace tiempo que los tengo todos silenciados. Si alguien necesita contactar conmigo de manera urgente, puede localizarme por teléfono.
Es lo que ocurre con el exceso de información. Hemos convertido una herramienta maravillosa en una carga pesada. Por tanto, inservible. Hemos convertido un medio de comunicación en un gallinero. Es el problema de la gratuidad de la aplicación. Todos sabemos que no es gratis, pero ya me han entendido. ¿Se imaginan que nos cobraran por cada mensaje como antaño? Desde luego, la cantidad de mensajes disminuiría drásticamente, pero no es la solución. No vislumbro una solución a corto plazo. Es posible que surja una nueva aplicación y sepamos utilizarla con criterio. Lo lógico sería concienciarnos todos, pero ya soy mayor y he perdido la esperanza en el género humano. Somos unos descerebrados, y así seguiremos hasta nuestra extinción, la cual auguro pronto, a Dios gracias.
Piensen.
Sean buenos.
Afortunadamente los Reyes Magos me han traído el disco Songs of Experience. Aquí está incluida la canción regalo de hoy. The Blackout. Estamos condenados a una extinción. Con todos ustedes: ¡U2!
No hay comentarios:
Publicar un comentario